Marlaska: maquillar delitos y blanquear verdugos
Grande-Marlaska ha optado por «hacerse el ciego», amparándose en una supuesta falta de herramientas legales para impedir los actos de pleitesía a los terroristas que salen de prisión.

Fernando Grande-Marlaska es el paradigma de cómo un supuesto servidor público puede pervertir el sentido mismo de su función: proteger a los ciudadanos y, entre otras competencias, defender la memoria de las víctimas. En su mandato, el ministro del Interior ha cruzado límites que jamás deberían haberse tocado, y lo ha hecho en dos frentes especialmente graves: la adulteración sistemática de las estadísticas de criminalidad y la vergonzosa pasividad hacia los homenajes en la vía pública a miembros de la banda terrorista ETA.
Desde hace tiempo, expertos y representantes policiales, a los que Marlaska intenta amordazar, vienen denunciando que Interior manipula los datos con el propósito de proyectar una falsa imagen. Para ello reetiquetan delitos, minimizan cifras y omiten categorías específicas a fin de que parezca que la criminalidad baja, cuando en realidad estamos asistiendo a un repunte muy preocupante en delitos violentos, documentalmente acreditados. Según el último recuento anual acumulado, que desde el ministerio no han podido edulcorar más para no caer en un ridículo espantoso, los asesinatos consumados han crecido un 4,5%, los secuestros un 8,3%, las agresiones sexuales un 6,7%, el narcotráfico un 2,4%, el cibercrimen un 15,4%…
¿Cómo logra Marlaska y sus encubridores corporativos nombrados a dedo que, pese al aluvión de datos desfavorables, descienda el conjunto de las infracciones penales registradas en su balance anual oficial? Fácil. Con una operación típica de trileros. Se pone con idéntico valor punitivo un simple hurto de cartera o de un móvil que un asesinato, una violación o un secuestro. Así, como los 649.076 hurtos del año pasado disminuyeron unas décimas, la suma-resta global de la cuenta de la vieja arrastra indefectiblemente a la baja la casilla final de «total criminalidad» hasta mínimos históricos. ¿Cabe mayor insulto a la inteligencia?
Y mientras el ministro, dos veces reprobado en el Congreso, maquilla la criminalidad disparada, se asegura de mirar con disimulo para otro lado ante una de las mayores indignidades de la democracia: los homenajes públicos a terroristas de ETA, muchos de ellos con graves delitos de sangre. Una burla a la memoria de las víctimas, una humillación al Estado de derecho y una vergüenza para cualquier sociedad civilizada.
En este tema, Grande-Marlaska ha optado por «hacerse el ciego», amparándose en una supuesta falta de herramientas legales para impedir los actos de pleitesía a los terroristas que salen de prisión o que ya están en libertad con beneficios penitenciarios exprés. Es una excusa débil, insostenible y, sobre todo, una miserable traición. No se trata solo de leyes, sino de voluntad política, de compromiso ético y de respeto institucional. El mismo Gobierno que presume de lucha contra los discursos de odio y la apología de la violencia, se convierte en un espectador pasivo cuando ese ensalzamiento procede de los usufructuarios nada menos que de ETA.
Resulta evidente que esa inacción interesada tiene réditos políticos. No es casualidad que su tolerancia coincida con la necesidad del Ejecutivo de añadir desesperadamente apoyos parlamentarios de los herederos de los terroristas para seguir con el bastón de mando.
El Ministerio del Interior, con Marlasca al frente, se ha convertido en una pieza clave de esa maquinaria de actitudes que blanquean al brazo político de quienes asesinaron sin piedad a 850 inocentes. Aún hoy, más de 300 atentados están sin resolver y, lo más sangrante, los diputados proetarras que sostienen a Marlaska y el resto del Ejecutivo saben, en muchos casos, y callan, quienes son los autores materiales de esos crímenes que posiblemente queden sin castigo.
Con todo, se ha publicado recientemente que en la próxima remodelación de Gobierno quizás dejen caer a Marlaska, por insostenible. Es tan escandalosa su situación y el deterioro causado que ya sería tarde.
Una gestión basada en el engaño, el servilismo, el desprecio a las Fuerzas de Seguridad y la siniestra indulgencia con los verdugos que celebran el terror.
Ese será el legado de Fernando Grande-Marlaska para la historia. Se irá con la marca del mal, sin honor, como un político traidor hacía las víctimas. Con todas las víctimas, las del terrorismo y las de los balances falseados. No le den nunca la espalda.